lunes, 18 de septiembre de 2017

Esa tentación mía.

Aquella noche volví a caer en la tentación de aterrizar en un beso.

Mi mirada te despojó de todo prejuicio.
La tuya hizo florecer mis miedos sobre la piel
y los acariciaste con la yema de tus ágiles dedos de pianista
como si empezaras a tocar la 5ª sinfonía de Beethoven.

Esos miedos recorrieron tu brazo izquierdo
hasta tu aurícula derecha:
eran miedos desoxigenados.
Miedos temerosos
de que tú fueras capaz de darles la vida que me falta.
Y cómo no ibas a conseguirlo con esa ferocidad al besarme.

Sin querer, aquella noche, 
provoqué ese instinto tuyo sobreprotector
y me hice pasar por un animal salvaje.

Pero, ya deberías haber sabido:
que yo no tengo dueño,
ni necesito la protección de una criatura indefensa
que ha caído en mi trampa.